lunes, 16 de mayo de 2011

EL GATOPARDISMO

Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi", esta conocidísima frase simboliza la capacidad de los sicilianos para adaptarse a lo largo de la historia a los distintos pueblos que han gobernado esta hermosa isla, pero también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución para poder perpetuarse. El "gatopardismo" o lo "lampedusiano" es en ciencias políticas el "cambiar todo para que nada cambie", paradoja expuesta en la novela "El gatopardo", del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957). La cita original expresa la siguiente contradicción aparente:

"Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

"¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado".

"…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está".



Desde entonces, en ciencias políticas se suele llamar "gatopardista" o "lampedusiano" al político, reformista o revolucionario que cede o reforma una parte de las estructuras para conservar el todo sin que nada cambie realmente.


Surgió entonces ese concepto: gatopardismo. Era la lucidez que tenía una clase social para mantener, conservar sus valores dentro de los cambios revolucionarios. Don Fabrizio Salina era un aristócrata y su problema (aquello que venía a cuestionar en totalidad su mundo) era la burguesía. En los sesenta era casi inevitable (dentro de las filosofías de la historia, es decir, dentro de aquellas visiones progresistas, evolucionistas de la historia) que se reemplazara a la aristocracia por la burguesía y se viera en todo burgués conciliador a un personaje que deseaba “contener la marcha de la historia”. Que se viera en todo reformista a un reflejo burgués del príncipe Salina. De este modo, todo reformista, todo conciliador, todo burgués bien intencionado era un perverso gatopardista. Un tipo casi peor que los peores reaccionarios, ya que era un taimado, un ladino, alguien que no iba de frente, alguien que no quería cambiar el mundo por motivos revolucionarios sino que meramente aceptaba y propiciaba ciertos cambios para que todo siguiera igual.

Evita, Cmpora y Perón.

Esta versión, insisto, se basaba en una interpretación de la historia como progreso constante y era patrimonio de la izquierda, a la cual le es constitutiva la idea de progreso. (O le ha sido, ya que está en revisión y muy maltrecha.) Pero así como la burguesía había superado a la aristocracia (lo que permitía el gatopardismo del príncipe Salina), el proletariado superaría a la burguesía, lo que explicaba el pérfido gatopardismo de tantos burgueses que se disfrazaban de transformadores. Duro con ellos, no había que creerles: eran gatopardistas. No querían el verdadero cambio, el cambio revolucionario. Querían cambiar algo para que nada cambiara, como el sagaz príncipe de Salina. (Esta interpretación, entre nosotros, se le aplicó sobre todo al Perón del ‘46-’52 y a sus reformas sociales y políticas, las que impulsó junto a Evita. Perón era un “burgués lúcido”. Un gatopardista. Si él no hubiera aparecido, la burguesía no habría podido lograr el “control social” que logró sobre los migrantes internos, sobre el nuevo proletariado industrial de los cuarenta. Así, Perón fue un populista manipulador que incorporó al proletariado al proyecto de la burguesía, controlando sus verdaderos proyectos revolucionarios. En suma, Perón habría frenado la revolución proletaria en la Argentina.)

El error radicaba siempre en el mismo punto: la visión lineal de la historia, la visión evolucionista, progresiva. Que la burguesía reemplazara a la aristocracia había sido un proceso necesario, tal como lo era que el proletariado, ahora, reemplazara a la burguesía. Pero no. Perón no había frenado nada. No existía una fuerza subterránea, identificada con el sentido de la historia y con el proletariado como clase social privilegiada, destinada a hacer la revolución en la Argentina. Existía una incipiente burguesía nacional, ligada a la supresión de importaciones, que encontró en ese coronel populista su vehiculización política. Dentro de ese proyecto el proletariado urbano encontró mejoras largamente postergadas a las que adhirió con fervor. Nada de esto respondía a un secreto sentido de la historia. Perón no estaba frenando a una clase obrera dialécticamente destinada a tomar el poder. Sólo conducía una exitosa coalición entre industriales, sindicalistas y nuevos obreros urbanos. Sólo conducía eso que fue el primer peronismo y que hoy –por medio de Duhalde y sus intentos de venderlo como posible y retornante– es apenas un gesto electoralista.



¿A dónde conduce todo esto? ¿Qué conceptos para la acción política o para la intelección de nuestro presente podemos extraer de aquí? Simplemente: se murió el gatopardismo. Ha muerto esa concepción de la historia según la cual unas clases sociales sucedían necesariamente a otras, superándolas. ¿Qué sería, hoy, un gatopardista? ¿Qué hombre del poder podría estar preocupado por el avance de una clase social destinada a reemplazar a la que él pertenece? Ya no hay reemplazo, ya no hay progreso histórico. Tony Blair (quien, pongamos, podría ser considerado un “burgués lúcido”) no es un “burgués gatopardista”. No hace lo que hace para frenar el incontenible acceso al poder de una clase social antagónica a la que él representa. Es, en todo caso, un “burgués caritativo”. O un tipo que advierte que el mercado es demasiado cruel, que deja demasiada gente afuera y que a ningún sistema social le conviene tener tantos excluidos, tantos desesperados. Para que exista el gatopardismo tiene que existir una clase social de reemplazo, que intente superar a la hegemónica, una clase social a la que el gatopardista intente controlar por medio de concesiones. Hoy, esa clase social no existe. La historia está en manos de los dueños del mercado, que se dividen entre halcones y palomas. Los pobres, los marginados, dependen de la bondad de las palomas. Dependen, como Blanche Du Bois, de “la bondad de los extraños”.

 http://www.elespectador.com/columna-241286-invierno-y-gatopardismo

http://rediu.org/MANAN.O.pdf